En un reciente libro de Carles
Ramió, Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad
Pompeu Fabra, con el sugerente título de “Inteligencia artificial y administración pública: robots y humanos compartiendo el servicio
público”, desarrolla el autor un interesante pronóstico de lo que, a su juicio,
supondrá la implantación imparable de la inteligencia artificial y la robótica
en las actuales estructuras de la Administración Pública.
Sin poder resumir aquí todo el
contenido del libro, -es mejor leerlo-, coincido con el autor en que la
progresiva implantación de estas tecnologías, actualmente desarrolladas en su práctica
totalidad por el sector privado, va a suponer un profundo revulsivo para las
propias Administraciones Públicas, que se verán inmersas en medio de un
importante dilema: o bien adquieren y aplican herramientas y algoritmos
desarrollados por la iniciativa privada, con lo que ello tiene de riesgo de
comprar “cajas negras”, que no
garantizan los principios de transparencia, equidad, igualdad, objetividad y
protección de la privacidad, que son la base de la propia existencia de las
Administraciones Públicas o, por el contrario, asumen que han de liderar la
creación y el control de estas
herramientas y generar sus propios algoritmos, diseñados para atender
las necesidades de los ciudadanos garantizando los mencionados principios.
Coincido con Ramió cuando
remarca: “La administración pública tiene
que liderar este proceso para regularlo, para preparar a la sociedad, para
definir algoritmos con una cierta vocación pública, ahora todos los están
creando desde el sector privado y lógicamente siguiendo sus intereses”.
En el año 2014, en una entrada de
mi blog titulada “¿Será la normativa
catastral del futuro sólo un conjunto de algoritmos?, - puedes verla en: https://catastreros.blogspot.com/2014/10/sera-la-normativa-catastral-del-futuro.html -, me hacía eco de un interesante trabajo
publicado por un grupo de catastreros suizos, donde reflexionaban sobre cómo la
moderna tecnología aplicada a la medición de la tierra incidirá en las
funciones de las administraciones catastrales europeas.
Partiendo de una idea sugerente
basada en la rápida evolución de las tecnologías, que cada vez nos aportan instrumentos
capaces de obtener mayores niveles de precisión sin intervención de topografía
tradicional, concluyen que será el territorio quien nos señalará nuestra
posición con una precisión absoluta, lo que supone que será el propio
territorio el que se convierta automáticamente en el mapa que abarca todos los
mapas. El territorio será el mapa.
Como consecuencia llegan a la
siguiente conclusión, en relación con los funcionarios del catastro: “La segunda consecuencia teórica y práctica
se refiere al reconocimiento legal de los algoritmos. Hasta ahora trabajamos en
definir las bases de datos de objetos, capas catastrales, etc., pero a partir
de ahora, además de todas las bases de datos existentes o futuras, también
estaremos obligados a archivar algoritmos. Estos algoritmos requerirán ahora
una certificación oficial, ya que serán la base de la reconstrucción de los conjuntos
de datos y los datos”. “El algoritmo que sirve de base para obtener el dato
tendrá que ser legal y necesitará ser controlado a través de, por ejemplo,
trabajos de medición.”
Puedes encontrar este documento,
titulado “Beyond limits: Go 4Dimension
cadastre”, en: https://www.cadastre.ch/en/services/publication.detail.document.html/cadastre-internet/en/documents/Diskussionspapier-1-2014-DimensionCadastre-en.pdf.html
Esta misma reflexión es aplicable
a toda la actividad pública, y es la que nos hace preguntarnos si el Derecho
Administrativo del futuro será un conjunto de algoritmos, y cuál es el papel
que desarrollarán los empleados públicos respecto a los mismos. En este
sentido, aunque no me cabe duda de que estas tecnologías impactarán
profundamente en la Administración Pública y los funcionarios, tampoco dudo que
serán estos los que defiendan los grandes valores que son la base de nuestro
modelo democrático. Y eso lo harán haciendo coincidir las más modernas tecnologías
con los “viejos y buenos principios”, que hace casi 100 años, impulsaron a
Kelsen, en la Constitución austriaca de 1920, a afirmar que : “La administración del Estado en su totalidad
no puede actuar sino auf graund der
gesetze (sobre el fundamento de la Ley)”.
Como consecuencia, se nos
presenta un futuro en el que la aplicación de la inteligencia artificial y la robótica tendrán que cumplir, para que
realmente sean aplicadas en un país democrático, tres características básicas:
-En primer lugar, los
procedimientos administrativos basados en modelos de inteligencia artificial
construidos sobre algoritmos, deberán ser “transparentes”, lo que significa que
deberán ser “publicables” en el Boletín Oficial correspondiente, ajustándose a
la norma de rango que le corresponda (Ley, reglamento, circular…).
-En segundo lugar, los algoritmos
deberán poder ser entendidos, sino por la totalidad de los ciudadanos, si al
menos por un colectivo de profesionales ajenos a la Administración Pública, suficientemente
amplio en número, y capaces de comprobar sus características y efectos. Para
empezar, los asesores fiscales tendrán que convertirse en “comprobadores de
algoritmos”, si quieren seguir dando un buen servicio a sus clientes.
-Y en tercer lugar, serán
finalmente los jueces y tribunales quienes determinen si los algoritmos que usen
las administraciones públicas “sirven con
objetividad los intereses generales y actúan de acuerdo con los principios de
eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación”, y
por supuesto, “con sometimiento pleno a
la ley y al Derecho”, lo que obligará también a los profesionales del poder
judicial a adaptarse a estos nuevos procedimientos.
Si no se dan estas
características, difícilmente podrá aplicarse la inteligencia artificial y la
robotización en las Administraciones públicas de los países democráticos (salvo
que dejen de ser “democráticos”). Nos encontraríamos ante la grave amenaza
descrita por Cathy O’Neil en su conocido libro “Armas de destrucción matemática. Cómo el big data aumenta la
desigualdad y amenaza la democracia”.
Esto ya lo hemos visto en un
ejemplo concreto. En el año 2004, Julio Gallego Mora-Esperanza, -un gran funcionario
de la Dirección general del Catastro, experto en modelos de valoración
automatizada de inmuebles-, publico en la revista CT-Catastro un importante
artículo titulado “La inteligencia
artificial aplicada a la valoración de inmuebles: un ejemplo para valorar
Madrid”. En el trabajo demostraba
cómo la aplicación de redes neuronales ofrecía resultados muy adecuados para la
valoración catastral de los inmuebles, lo que permitiría, dada la potencia de
estas herramientas, desarrollar procesos masivos y ágiles para la asignación de
valores catastrales en todo el país. Siendo positivas las conclusiones
obtenidas, ¿por qué no se aplicó esta metodología?. La respuesta está en la
seguridad jurídica: el modelo era una “caja
negra” cuya transcripción en un formato de “Real Decreto de valoración catastral” era imposible, lo que suponía
que, si hubiera sido aplicado, habría sido inmediatamente anulado por los jueces
por la indefensión que causaría sobre los ciudadanos. Puedes ver el artículo
en.
Magnífica reflexión y clara explicación del estado de la cuestión
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